Publicado:
6 de abril 2015
Salió una carta escrita por un médico, un geriatra, al
jefe de redacción en la edición del 6 de abril en el periódico el New York
Times. La carta del Doctor Barry Farkas
se refiere a un artículo de fondo que se publicó previamente en el NYT sobre
adolescentes que enfrentan la muerte y el tener una opinión de cómo quieren
vivir esos últimos días y semanas. El Doctor Farkas deja muy claro: “El
lenguaje es tan poderoso que no sólo refleja
lo qué y el cómo pensamos las cosas, sino también dirige lo qué y el cómo pensamos las cosas.”
He escrito anteriormente en este
blog sobre el poder de lenguaje y la certeza que si cambiamos nuestras palabras
podemos cambiar la cultura. Un ejemplo evidente de cómo la cultura más amplia
reconoce profundamente la doble función de palabras (ambas en reflejar y
construir nuestros conceptos) que es totalmente inaceptable bajo ninguna
circunstancia usar la “palabra n” (un término despectivo cuando es referente a
personas negras). Todo está muy bien.
En nuestra sociedad donde la
discriminación por razones de edad está tan profundamente arraigada en la
cultura que no la reconocemos, nos cabe subrayar a examinar las palabras que
utilizamos cuando hablamos de la discriminación por razones de edad, personas
mayores y los servicios para las personas de la tercera edad. Veamos unos
términos que todavía se utilizan demasiado frecuentes en las comunidades de
servicios para las personas mayores.
Si usted necesita servicios de
apoyo, ¿quiere mudarse a una
comunidad que proporciona esos servicios, o quiere ser ingresada? Evidentemente, nos ingresamos a una institución: un
hospital, una universidad, la profesión jurídica (se ingresa en el Colegio de
Abogados). Si queremos que nuestro hogar para el cuidado de personas mayores
discapacitadas sea realmente un HOGAR, ¿ingresamos a los nuevos residentes o
les ayudamos a mudarse?
En muchas residencias de ancianos,
las comidas se preparan por el departamento dietético. ¿Qué pasaría si en
cambio dijéramos servicios alimentarios?
La comida ya sabe mejor, y la hora de comida ya parece ser más como el acto
social, el cual debería ser verdaderamente una experiencia culinaria.
Si una persona en una residencia
para personas mayores necesita ayuda con las comidas, ¿se reconoce mejor la
dignidad de esa persona describiéndola como a una persona que necesita alimentación o como Sharon, que necesita ayuda con sus comidas?
Los
hogares para el cuidado de personas mayores discapacitadas surgieron en nuestro
país de dos instituciones preexistentes:
los hospitales y hospicios del condado. Gawande aborda bien esta realidad
histórica en su libro, SIENDO MORTAL. Es
tiempo de trasladar el pensamiento donde el hogar para el cuidado de personas
mayores discapacitadas se convierta de una institución a un HOGAR. Una manera
de poner en marcha ese traslado es de escoger nuestras palabras deliberadamente
porque “El lenguaje es tan poderoso que no sólo refleja lo qué y el cómo pensamos las cosas, sino también dirige lo qué y el cómo pensamos las
cosas.”
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